Como he referido en el último capítulo de esta deliciosa epopeya, veníamos huyendo despavoridamente de un país hermoso, temerosos, con fundamentos de buena base pero tal vez generalizando, de ser nuevamente abordados en modo poco amigable y menos todavía legal para una nueva requisión de nuestros escasos bienes restantes; lo cual nos llevó a la temeraria aventura de tomar un bus que nos dejaría en la frontera ecuatoriana-colombiana a avanzadas hora de la noche. El arribo a la ciudad fronteriza de Tulcán fue de lo más tétrico, pues en los alrededores de la estación de ómnibus sólo se veian vagabundos encapuchados, orcos, y hosterías de mala muerte. Pero sea que la buena estrella me protege a pesar de todo o porque el universo consideró que nuestra deuda estaba saldada, una bella damita de tierno acento, aún desconocido, se nos acercó y nos dirigió la palabra del siguiente modo: - Oigan... Ustedes quieren ir a Colombia?
- Tiiiiiiiiiiiiii!!! - Replicamos emocionados de encontrar una vos amigable.
- Ah bueno, yo soy colombiana... Si quieren siganme por la frontera y los embarco en un bus nocturno hasta donde quieran ir...
- Pero viajaren en Colombien de nochen no es peligrosen? - Inquirió la teutónica.
- Pues no! Verán ustedes: en esta parte (sur) del país los buses son muy cómodos y viajan en flotillas para mayor seguridad. Yo viajo siempre así...- Respondió la morena tratando de darnos ánimos.
- Seguren? Porque yo he leíden que en Colombien no se viajen de nochen! - Insistió la rubia, tanteando si la morena estaba preparando una trampa o si era sincera.
- Si, segura! Vengan conmigo y los llevo hasta donde se toma el bus así se ahorran dos días de viaje!
Su oferta sonaba por demás tentadora y sin meditarlo mucho más, hicimos los trámites de inmigración y entramos cerca de la medianoche en el país en donde según la tele y los diarios, las FARC, Pablo Escobar, los paramilitares, la cocaína y los criminales despiadados tienen su paraíso.
Los consejos de la morena resultaron ser muy veraces y poco antes del alba llegamos a la ciudad de Popayán. Caminar desde la estación hasta el humilde hospedaje que habíamos elegido fue un desafío para valientes. Después de años de (des)información sobre Colombia, creíamos que en cualquier esquina nos iban a ofrecer un par de toneladas de droga o que algún comando que hubiese dejado la selva nos iba a raptar y obligarnos a luchar por su causa forzandonos a cagar en la jungla sin papel higiénico de por vida. Pero no fue así. Extrañados, llegamos a destino totalmente a salvo y con todos nuestros bienes a cuestas, haciendo usufructo de la ayuda de varias personas que al vernos dubitar repecto a nuestro destino, se nos acercaron y ofrecieron una mano muy amigable y desinteresadamente.
Caracoles Batman! Tal vez todo lo que llega mediante ondas herzianas a nuestras pantallas esté bastante manipulado!
Popayán, llamada la ciudad blanca, es pre-cio-sa. Una ciudad colonial de fachadas blanquísimas perfectamente mantenida y con una explosiva vida social. Popayán obtuvo una notable importancia desde los primeros tiempos de la colonia, siendo una estación de camino para los viajeros que se movían entre Lima y Cartagena y entre Quito y Bogotá. Desde esa precosidad colonial llegó a ser muy pronto un centro donde mineros y hacendados ricos tenían sus casas y donde gastaban la mayor parte de sus ingresos. Como había pocas cosas en donde gastar el dinero, esos primeros colonos invirtieron grandes sumas en la construcción de mansiones e iglesias pasando a ser una madre patria en minatura. Lo cierto es que las calles de Popayán todavía rezumban con un romanticisno histórico. La gente se apropia de la calle convirtiéndola en una extensión de su casa. Aquí se respira un aire de pueblo grande con la ventajas de una gran ciudad. La gente es tan amigable que a veces uno desconfía... Pero la hospitalidad y la afabilidad son auténticas. Una anecdota: Sophia fue a una panadería a comprar algo parecido a los "chipás" argentos y pagó con un billetote desmesurado para la compra. Como la panadera no tenía cambio ni a palos le dijo que se llevara las cosas y que volviera a pagar cuando consiguiera algo de menor denominación para saldar su deuda.
Bien cerquita nomás se encuentra el poblado de Silvia, muy característico por ser el punto de encuentro de los aborígenes guambianos en su mercado de los martes. Durante todo ese día, el pueblo se tiñe del color azul de las faldas de los nativos. Tanto hombres como mujeres visten elegantes polleras, negras y azules respectivamente. El mercado es colosal y extremadamente barato. Cualquier tipo de bienes pueden ser comercializados allí; desde frutas tropicales y hortalizas hasta teléfonos de última generación, nuevos y usados. Sólo pasearse por el pueblo es un encanto, pues este se encuentra enclavado en medio del bosque tropical, en una zona llena de colinas que le dan un encanto único.
En medio de una lluvia tropical torrencial, caminábamos bajo los aleros cuando fuimos sorprendidos por un cartel que rezaba: "pruebe nuestras arepas y chocolate con queso"... Seducidos por la invitación, dimos rienda suelta al apetito a la espera que que febo asomara otra vez su rostro de entre el gris manto lluvioso. La arepa es una tortita de maiz cocida a la plancha en manteca, de delicado sabor y gomoso tacto, fabulantástica combinada con queso. El chocolate con queso resultó ser un tazón del eximio y humeante brebaje, semi amargo, con soberbio trozo de un queso que parecía un mestizaje entre un mantecoso y un criollo, el cual era supuesto de sumergirse en el amarronado líquido. Actuamos en consecuencia y esperamos... Esperamos... Esperamos... Y el puto queso jamás atinó a derretirse; ni siquiera a deshacerse, por lo que inquirimos a los locales el porqué de la necedad del producto lácteo. La respuesta fue triste pero certera: -"no amigo; el queso es para comerlo entre trago y trago...". Ronda de risas al tratar de recuperar el lingote quesal del caliente chocolatoso, pero una vez acometido el objetivo, la merienda se llevó a cabo como Dios... O como los colombianos mandan.
Bien, después de vueltear y vagar por las blancas calles de Popayán, y los coloridos mercados de Silvia rumbeamos pa' los pagos de Cali, la capital mundial de la Salsa. Siempre con la misma paranoia de ser abordados, asaltados y despojados, descendimos del rodado colectivo y procedimos a caminar unos 3 kilómetros hasta la zona rosa (zona en donde se concentran los bares, restaurantes y colaterales para la vida nocturna) hasta dar con un bonito hostel atendido por una mina oriunda del país del tio Sam que a) no hablaba una puta palabra de español, b) no tenía ni puta idea de lo que pasaba en la ciudad, ni como llegar al centro, ni de que bondis tomar para ir a ningún lado, y c) ni siquiera estaba buena, como para compensar las falencias ya enumeradas. Como carajo llega esta gente a trabajar en un hostel en un país de habla hispana sin hablar una simple palabra de español? Es un misterio... Pero el misterio se esclarece cuando aparece el dueño del chiringo y le habla en forma juguetona y usando un exacerbado contacto físico, incluso para dos interlocutores latino americanos. Ajá!
En medio de una lluvia tropical torrencial, caminábamos bajo los aleros cuando fuimos sorprendidos por un cartel que rezaba: "pruebe nuestras arepas y chocolate con queso"... Seducidos por la invitación, dimos rienda suelta al apetito a la espera que que febo asomara otra vez su rostro de entre el gris manto lluvioso. La arepa es una tortita de maiz cocida a la plancha en manteca, de delicado sabor y gomoso tacto, fabulantástica combinada con queso. El chocolate con queso resultó ser un tazón del eximio y humeante brebaje, semi amargo, con soberbio trozo de un queso que parecía un mestizaje entre un mantecoso y un criollo, el cual era supuesto de sumergirse en el amarronado líquido. Actuamos en consecuencia y esperamos... Esperamos... Esperamos... Y el puto queso jamás atinó a derretirse; ni siquiera a deshacerse, por lo que inquirimos a los locales el porqué de la necedad del producto lácteo. La respuesta fue triste pero certera: -"no amigo; el queso es para comerlo entre trago y trago...". Ronda de risas al tratar de recuperar el lingote quesal del caliente chocolatoso, pero una vez acometido el objetivo, la merienda se llevó a cabo como Dios... O como los colombianos mandan.
Bien, después de vueltear y vagar por las blancas calles de Popayán, y los coloridos mercados de Silvia rumbeamos pa' los pagos de Cali, la capital mundial de la Salsa. Siempre con la misma paranoia de ser abordados, asaltados y despojados, descendimos del rodado colectivo y procedimos a caminar unos 3 kilómetros hasta la zona rosa (zona en donde se concentran los bares, restaurantes y colaterales para la vida nocturna) hasta dar con un bonito hostel atendido por una mina oriunda del país del tio Sam que a) no hablaba una puta palabra de español, b) no tenía ni puta idea de lo que pasaba en la ciudad, ni como llegar al centro, ni de que bondis tomar para ir a ningún lado, y c) ni siquiera estaba buena, como para compensar las falencias ya enumeradas. Como carajo llega esta gente a trabajar en un hostel en un país de habla hispana sin hablar una simple palabra de español? Es un misterio... Pero el misterio se esclarece cuando aparece el dueño del chiringo y le habla en forma juguetona y usando un exacerbado contacto físico, incluso para dos interlocutores latino americanos. Ajá!
La cuestión es que Cali tiene mucha fama por sus bolichongos en donde se baila la mejor salsa del mundo (y ahí van los gringous a intentar mover sus pelviseses) pero poco se dice de la ciudad en sí. Es una de las ciudades colombianas más bellas que he visto. Su centro histórico es poesía hecha arte y arquitectura y su gente es de lo más alegre. Hay un mapa oficial para turistas en donde, de acuerdo a la zona de la ciudad, aparecen caritas tipo emoticones que dicen más o menos así:
:-) todo está muy bien!
:-| hmmm... Bien pero estate atento.
:-( no vayas ahí!
:-O no se como llegaste acá pero CORRE! CORRE POR TU VIDA!!!!
No sé que habrá pasado (tal vez la coincidencia de que sea un miércoles) pero al anochecer la zona rosa estaba absolutamente desierta. No gente que moviera sus cachas al son de la salsa, no gente que se paseara por las calles mostrando sus blancos dientes en una sonrisa, no gente que nos ofreciera marihuana por las calles (como acostumbran por creernos gringous), no gente vendiendo comida, no gente en absoluto. Entonces, sin más que hacer, aprovechamos para ir a un colosal centro comercial en busca de una nueva cámara fotográfica que nos ayudase a seguir plasmando imágenes la travesía. Afortunados resultamos, pues en una tienda de Falabella supimos encontrar una susodicha cámara a tremendo precio descontado la cual procedimos a adquirir con la ventaja extra de que su precio estaba mal, o quizás habrá sido mal indexado, pero terminamos pagando un 60% del precio inicial... Ni lerdos ni perezosos, desaparecimos en un santiamén, tomando nuestros nuevos bártulos al boleo, no vaya a ser cosa que se arrepintieran de la transacción. En medio de la huida nos dimos de frente con el complejo cinematográfico del coloso y, por ser miércoles, la entrada costaba mitad de precio... Algo asi como unos 2 U$D... Así que la huida paranoica se vio interrumpida por una producción de Holliwood rodada en Buenos Aires...
Algo remarcable fue toparnos con una manifestación por el reclamo por más fondos para el SENA (servicio nacional de aprendizaje) que es una institución pública encargada de la enseñanza de procesos técnicos y tecnológicos. Es una variante del sistema de enseñanza alemán en el que se entiende que no todos deben estudiar una carrera universitaria (porque saturarían al país con demasiados profesionales) sino que jerarquiza los oficios dandoles el lugar de importancia y la formalidad que se merecen (plomería, carpintería, tecnicaturas varias, asistencias de varias otras carreras, etc.). Muchísima participación de jóvenes y sobre todo de no tan jóvenes, interesados en el futuro de los retoños colombianos.
Acabado el ajetreo en Cali, no obstante no haber lanzado ni un sólo paso de salsa en toda la estadía, el plan y el deseo nos condujeron a la "zona cafetería" (diría Sophia), en donde el pueblecillo de Salento sobresalta protagónicamente de entre los demás.
La zona cafetera colombiana es una región cultural, geográfica, económica y ecologica que fue declarada patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO en 2011. El grano del café fue el producto primordial de exportación durante el siglo XX. Un caso curioso es la masiva utilización de los jeeps Willis estadounidenses de la época de la Segunda Guerra Mundial. Estos jeeps se ven por todos lados como elementos de transporte de personas y de carga, luciendo alegres colores.
El gran boom del atractivo es visitar las fincas cafeteras de la región. Para llegar es menester recorrer algunos kilómetros (el vago lo hará en jeep) pateando por un camino de tierra que conduce al peregrino por los más hermosos valles, rios y montes; cubiertos de un verde intenso y decorado con fauna local terestre y aerea.
La finca de "Don Eduardo" estaba recomendada por muchos, así que le caímos al viejito para que nos diera un tour y nos explicara todo el proceso de producción del café. Al final del recorrido, por supuesto, pasamos a degustar el oscuro brebaje y nos fueron entregados sendos pocillos de humeante café. El primer trago de Sophia fue demoledor, y luego de tragar y de torcer la boca como tapa de inodoro floja, frunciendo el ceño me dijo en alemán para que no entiendan: "ahhhrgh! Este cafesen no me gusten! Es muy amarguen!"... Y verdaderamente amarguen era, pues como todos los amantes de alguna comida/bebida, exageradamente, exigen su degustación sin la más minima modificación, ergo azúcar, leche, edulcorante, fernet, chimichurri. El tazón de café era purazo y bien tostado, más amargo que Aldo Rico... Y hubo que deglutirlo poquito a poquito y haciendo cara de "ay si que rico el café, ay si que rico" con pausas cerrando la boca con juerza y con la vista fija en algún lugar, apretando fuerte los cachetes del trasero para simular resistencia y fortaleza física en el recibimiento del mejor café del mundo... Lo bueno fue que a la salida nos regalaron un par de bananas de producción local a cada uno y así abandonamos la finca con una bella experiencia cafetera y un par de exquisitas bayas para devorar en el camino de vuelta.
El retorno al pueblo fue bajo una tropical lluvia, lo que nos llevó a refugiarnos primero en un puesto de control de aguas, en la amrgen de un rio, y más tarde en un pintoresco restaurantcito en donde nuestros buches y esofagos se regocijaron en degustar la tradicional trucha local. El episodio que a continuación relataré ocurrió repetidas veces durante nuestro paso por Colombia pero aquí fue donde llegué a la indignación. Resulta (así empiezan las viejas a contar chusmeríos) que habíamos ordenado 2 truchas y sendas bebidas para acompañar el manjar. Comimos, la dueña/cocinera se acercaba muy amablemente para ver si todo estaba bien y al mismo tiempo atendía a una parejita de europeos del norte en otra mesa. Al momento de pagar, me acerco a la barra con el monto justo y me indica que el valor era de 2000 pesos más. Súbitamente agarro el menú y le retruco con papel y tinta en mano que se tesis era errada, a lo que responde: "ah es que el menú es viejo y los precios son otros...". Vieja tramposa. Me podría haber mentido que era un cargo por cubierto, un impuesto agregado o que me vio cara de boludo, pero ese mentir descarado creyendo que un mochilero que recorre un continente con 2 mangos no va a saber el precio de lo que se mete a sus fauces es un atrevimiento imperdonable. Así que tratando de no perder la calma ante tamaña injusticia le dije: "como la mayoría de sus clientes no pueden leer la mente ni saber que los precios los manipula usted a gusto y placer, no le voy a pagar nada lo que me pide y me voy a remitir a lo que está escrito." La vieja me miró con cara de 'me descubrieron'... Y rematé: "si le gusta bien y si no mejor". Y partí sin mirara atrás, sintiendome un luchador social, un defensor de turistas ingenuos, un mochilero.
El resto de los episodios de similar índole se limitaron a tratar de cargarnos en los vueltos, situación que provocó la agilización aritmética de nuestros cerebros para contar dos o tres veces el cambio antes de mandar el puñado monetario al bolsillo.
Ya el resto de la estadía en Salento fue relajación y observación de la vida ciudadana. Comiendo patacones (platano hecho una tortita, frito y acompañado de diferentes variantes; desde verduras, legumbres, queso, hasta carne), huevos pericos (revueltos con jamón y cebolla) y arepas coronadas con queso rayado.
El gran boom del atractivo es visitar las fincas cafeteras de la región. Para llegar es menester recorrer algunos kilómetros (el vago lo hará en jeep) pateando por un camino de tierra que conduce al peregrino por los más hermosos valles, rios y montes; cubiertos de un verde intenso y decorado con fauna local terestre y aerea.
La finca de "Don Eduardo" estaba recomendada por muchos, así que le caímos al viejito para que nos diera un tour y nos explicara todo el proceso de producción del café. Al final del recorrido, por supuesto, pasamos a degustar el oscuro brebaje y nos fueron entregados sendos pocillos de humeante café. El primer trago de Sophia fue demoledor, y luego de tragar y de torcer la boca como tapa de inodoro floja, frunciendo el ceño me dijo en alemán para que no entiendan: "ahhhrgh! Este cafesen no me gusten! Es muy amarguen!"... Y verdaderamente amarguen era, pues como todos los amantes de alguna comida/bebida, exageradamente, exigen su degustación sin la más minima modificación, ergo azúcar, leche, edulcorante, fernet, chimichurri. El tazón de café era purazo y bien tostado, más amargo que Aldo Rico... Y hubo que deglutirlo poquito a poquito y haciendo cara de "ay si que rico el café, ay si que rico" con pausas cerrando la boca con juerza y con la vista fija en algún lugar, apretando fuerte los cachetes del trasero para simular resistencia y fortaleza física en el recibimiento del mejor café del mundo... Lo bueno fue que a la salida nos regalaron un par de bananas de producción local a cada uno y así abandonamos la finca con una bella experiencia cafetera y un par de exquisitas bayas para devorar en el camino de vuelta.
El retorno al pueblo fue bajo una tropical lluvia, lo que nos llevó a refugiarnos primero en un puesto de control de aguas, en la amrgen de un rio, y más tarde en un pintoresco restaurantcito en donde nuestros buches y esofagos se regocijaron en degustar la tradicional trucha local. El episodio que a continuación relataré ocurrió repetidas veces durante nuestro paso por Colombia pero aquí fue donde llegué a la indignación. Resulta (así empiezan las viejas a contar chusmeríos) que habíamos ordenado 2 truchas y sendas bebidas para acompañar el manjar. Comimos, la dueña/cocinera se acercaba muy amablemente para ver si todo estaba bien y al mismo tiempo atendía a una parejita de europeos del norte en otra mesa. Al momento de pagar, me acerco a la barra con el monto justo y me indica que el valor era de 2000 pesos más. Súbitamente agarro el menú y le retruco con papel y tinta en mano que se tesis era errada, a lo que responde: "ah es que el menú es viejo y los precios son otros...". Vieja tramposa. Me podría haber mentido que era un cargo por cubierto, un impuesto agregado o que me vio cara de boludo, pero ese mentir descarado creyendo que un mochilero que recorre un continente con 2 mangos no va a saber el precio de lo que se mete a sus fauces es un atrevimiento imperdonable. Así que tratando de no perder la calma ante tamaña injusticia le dije: "como la mayoría de sus clientes no pueden leer la mente ni saber que los precios los manipula usted a gusto y placer, no le voy a pagar nada lo que me pide y me voy a remitir a lo que está escrito." La vieja me miró con cara de 'me descubrieron'... Y rematé: "si le gusta bien y si no mejor". Y partí sin mirara atrás, sintiendome un luchador social, un defensor de turistas ingenuos, un mochilero.
El resto de los episodios de similar índole se limitaron a tratar de cargarnos en los vueltos, situación que provocó la agilización aritmética de nuestros cerebros para contar dos o tres veces el cambio antes de mandar el puñado monetario al bolsillo.
Ya el resto de la estadía en Salento fue relajación y observación de la vida ciudadana. Comiendo patacones (platano hecho una tortita, frito y acompañado de diferentes variantes; desde verduras, legumbres, queso, hasta carne), huevos pericos (revueltos con jamón y cebolla) y arepas coronadas con queso rayado.
Cualquiera que llega a Medellin por vez primera cree que va a ser recibido a balazos por algún cartel o que algún policía con un perro antidrogas va a requisarlo acusandolo de turismo narcótico. Pero no. Asomamos la nariz afuera de la estación de autobuses y vimos con alivio que no se escuchaban detonaciones y que la gente se paseaba por las calles a velocidad normal, no al trote ni escabulléndose, y que damas y niños se desplazaban sin custodia policial. Otra vez Hollywood nos había engañado. Carambundillas, la unica ciudad colombiana con un sistema de metro es un monumento a la organización.
Medellín sorprende no sólo por su belleza, sino también por su planificado crecimiento, su pensado sistema de transporte masivo, y por lo variado de su gente.
El susodicho sistema de transporte masivo tiene la particularidad de incluir 4 lineas de cablecarril o aerosillas que conectan los barrios altos (y más jóvenes) con el resto de la ciudad y muy velozmente. Esas aerosillas se han convertido ahora un gran atractivo turistico, pues permite que al gringou, sin riesgo alguno, la observación desde el aire de las "favelas" colombianas y tomar fotos de la miseria humana que allí se vive todos los días. Otra vez el tema predilecto latinoamericano; el del hambre diario y crónico que en cuotas fijas acribilla la población ante la lente de las cámaras fotográficas extranjeras y la indiferencia de las clases altas y gubernamentales. Niños descalzos y de patas negras de mugre correteandose jugando a la mancha, viejas sentadas en el cordón de la vereda laburando de sol a sol para poder llevar un pedazo de pan para alimentar a su multitudinaria prole, hombres tirados en las aceras, victimas de la trompada del alcohol barato matapenitas; perros, cientos de perros callejeros desparramando las pocas bolsas de basura que llegan íntegras a las veredas.
Pero también está la otra cara de la ciudad en donde la vida al estilo europeo/argento sigue su curso casi ignorando que al otro lado de las grandes avenidas la realidad es muy distinta. En el barrio de "el Poblado" hay parques, restaurantes, bares, hoteles, muchas luces y mucha gente. Es muy pintoresco y pareciera que que ese sector de la ciudad hubiese sido diseñado por un hada madrina. Es una burbuja de confort, pero no deja de ser una burbuja linda. En cada plaza hay expresiones culturales-artísticas y, hay que admitir, es el único lugar de la ciudad en el que nos sentimos totalmente seguros y sin estrés.
De todos modos, Medellín y su licuado de culturas, barrios, gentes y estilos, hacen de esta ciudad un lugar muy atractivo y cautivante.
Medellín sorprende no sólo por su belleza, sino también por su planificado crecimiento, su pensado sistema de transporte masivo, y por lo variado de su gente.
El susodicho sistema de transporte masivo tiene la particularidad de incluir 4 lineas de cablecarril o aerosillas que conectan los barrios altos (y más jóvenes) con el resto de la ciudad y muy velozmente. Esas aerosillas se han convertido ahora un gran atractivo turistico, pues permite que al gringou, sin riesgo alguno, la observación desde el aire de las "favelas" colombianas y tomar fotos de la miseria humana que allí se vive todos los días. Otra vez el tema predilecto latinoamericano; el del hambre diario y crónico que en cuotas fijas acribilla la población ante la lente de las cámaras fotográficas extranjeras y la indiferencia de las clases altas y gubernamentales. Niños descalzos y de patas negras de mugre correteandose jugando a la mancha, viejas sentadas en el cordón de la vereda laburando de sol a sol para poder llevar un pedazo de pan para alimentar a su multitudinaria prole, hombres tirados en las aceras, victimas de la trompada del alcohol barato matapenitas; perros, cientos de perros callejeros desparramando las pocas bolsas de basura que llegan íntegras a las veredas.
Pero también está la otra cara de la ciudad en donde la vida al estilo europeo/argento sigue su curso casi ignorando que al otro lado de las grandes avenidas la realidad es muy distinta. En el barrio de "el Poblado" hay parques, restaurantes, bares, hoteles, muchas luces y mucha gente. Es muy pintoresco y pareciera que que ese sector de la ciudad hubiese sido diseñado por un hada madrina. Es una burbuja de confort, pero no deja de ser una burbuja linda. En cada plaza hay expresiones culturales-artísticas y, hay que admitir, es el único lugar de la ciudad en el que nos sentimos totalmente seguros y sin estrés.
De todos modos, Medellín y su licuado de culturas, barrios, gentes y estilos, hacen de esta ciudad un lugar muy atractivo y cautivante.
Bogotá aparece en el horizonte luego de una noche de bus bastante larga y con aire acondicionado en modo Antártida. Yo me imaginaba que iba a ser como la película holliwoodense nos contó en "Mr. And Mrs Smith" con Anyelina Yolí y Braaa Piiii en la que un helicóptero se aproxima a un pueblo humeante en medio de una jungla y en donde todos los gringous visten de blanco y usan sombrero (bueno lo de los gringos es así... No entiendo que carajo piensan que hacen vestidos así). Pero no. Primer error de la película: Bogotá no está en la selva, está en una especie de altiplano. Segundo error: en Bogotá uno se caga de frío. Tercer error: en Bogotá no hay helicópteros que sobrevuelen zonas bombardeadas y humeantes. Yo propongo no creerle una mierda más nada a Holliwood.
Nuestra estadía en la capital fue diferente, pues finalmente y después de varios intentos infructuosos, conseguimos hospedaje por 'couchsurfing'!!!!
Nuestra anfitriona fue una bella muchacha suizo-colombiana con la mejor de las ondas y predisposición. Bajo su tutela recorrimos lugares muy lindos y a veces no tan conocidos en la ciudad y pasamos noches maravillosas de comida en casa e intercambio musical y videitos en youtube.
El free walking tour (tour caminando gratis) en Bogotá fue uno de los mejores que hayamos hecho. Recorriendo callecitas nos enteramos del asesinato en 1948 de Jorge Eliécer Gaitán, que dió orígen al Bogotazo, un episodio de violentas protestas, desórdenes y represiones en el centro de la capital. Gaetán era un luchador social y su muerte dió orígen a las hoy mal afamadas F.A.R.C.s. El hombre fué enterrado de pié en modo simbólico. La figura de Gaetán se mantiene vigente en Colombia. Después de Simón Bolívar es la persona que más monumentos tiene.
El paseo por los diferentes barrios centrales es deleitante. Las callecitas de "La Candelaria", la plaza central con sus edificios públicos manchados por bombas de pintura, la catedral, las grandes avenidas, las zonas peatonales llenas de gente... Y las calles que demarcan las "zonas de la muerte"...
Guía: - "Si cruzan esta calle al sur mueren"...
Turba de turistas: - "Ohhhh!"...
Guía: - "Esta calle aquí marca el límite entre el centro y los malvivientes. Si cruzan aquí los matan por un reloj"...
Turba de turistas con miedo: - "Ohhhhhhhhhh!"...
Guía: - "Esta zona que se ve desde acá es la zona de los drogadictos. Me dijeron que asaltaron a 37 turistas ayer y mataron a 4 por asomarse a sacar una foto"...
Turba de turistas aterrorizados: - "Oooooohhhhhhhuuuuuchhh!"...
Guía: - "Si, Bogotá es peligrosa en algunos lugares, pero yo los llevo por lugares totalmente seguros!"...
Turba de turistas aliviados: - "Siiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!"...
La gran capital alberga también excelentes museos, comida callejera y una espectacular vida nocturna. El centro parece ser muy seguro, pero no diría la verdad si no aceptase que andábamos bastante paranoicos luego de todas la recomendaciones y advertencias que nos hicieron los locales.
Luego de girare por 3 días (lamentablemente poco tiempo), nos catapultamos hacia el aeropuerto (en donde tuvimos la grata sorpresa de ser reembolzados por las tasas aeroportuarias que no nos corresponden pagar por ser extranjeros) y con una lágrima y dos mocos colgando, dijimos adiós a Sudamérica, "hasta pronto y no nos olvides!!!!"...
Nos despedíamos entonces de Colombia, de sus regiones antípodas en las que cada una de ellas (al menos las que visitamos) parece un mundo aparte. Un país excesivamente mal juzgado en el exterior donde parece que solo imperara la ley de las balas, los asesinos a sueldo y el narcotráfico con el largo velo de violencia que arrastra. Esto es lo entra por televisión en todos los hogares del globo, la información alarmista de un país, los falsos positivos, Pablo Escobar, los baños de sangre. Pero nadie me habló jamás de la alegría culminante, de sentimiento de hermandad entre sus gentes, de su hospitalidad; nadie me habló de sus luchas sociales, de la fiesta de vida que ocurre día a día en sus tierras calientes, de la explosión de colores, olores y sabores de sus mercados, del porqué Colombia es hoy lo que es. En Colombia hay algo más que una logia de mafiosos a las órdenes del dolar. En Colombia hay pasión, magia, hay una vigencia multicultural que se derrama desde las cumbres hasta las selvas; hay mucha viveza y ganas en su pueblo efervescente. Ojalá hubiera podido al menos esbozar una sospecha de todo lo que iba a encontrar en mi corta estancia en este hermoso país. Colombia es todo eso y mucho más pero a mi jamás, ninguna televisión, me lo dijo...