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Friday, April 10, 2015

Bolivia 3... (dejame avanzar a otro país yaaaaa!)

Creo que ya se volvió cansador, pero no puedo terminar la maldita crónica boliviana. Es que además de haberse vuelto hartante, escribir me demanda un esfuerzo enorme porque ya me estoy olvidando de todo lo que pasó durante el resto de viaje.
La cuestión más importante que me olvidé de relatar de lo sucedido en Sucre fue que en esa ciudad me encontré con mi amigo charanguito que me ha venido acompañando hasta ahora sin haberse roto, ni golpeado, ni siendo robado.

Con una lágrima que se estiraba sin cortarse desde el ojo (como moco verde de infante), dejamos Sucre para enfilar hacia Cochabamba. Tenía mucha publicidad la ciudad, pero la verdad es que no nos sorprendió con nada demasiado interesante. Es una ciudad enorme y muy bella, con una universidad muy importante y un campus muy verde y poblado de estudiantes. Lo más culturalizante que nos tocó fue un cartel puesto en el funicular que lleva hacia el mirador de la ciudad y que reza lo siguiente:



Pero eso si, ni un puto policía, ni arriba, ni abajo, ni en las escaleras. Muy obvio que entre choros, canas y dueños del funicular hay algún tipo de sociedad.
Lo mejor que la ciudad ofrece, según mi miserable opinión, son sus mercados en donde se puede comer de todo. Humitas con pasas de uva para el desayuno, chicharrones, arroz, frijoles, estofados, verduras, quinua y cualquier otra cosa durante todo el día. Las frutas son espectaculares y jugosas y el precio varía mucho según la cara y el acento del comprador: dos bananas para Mochi = 0,10 U$S; dos bananas para Sophia = 0,25 U$S más o menos (y es muy probable que Mochi la esté pagando al doble del precio para nacionales).
No nos quedamos mucho en esta urbe, pues no despertó mucho nuestro interés, aunque es necesario admitir que la vida nocturna, la farra, la juerga y las minifaldas super cortas abundan y rozan el exceso. Lo más memorable de este lugar y que me persigue en cada buen sueño que tengo en estos maltrechos lechos de hostel en los que me tiendo, fue una hamburguesa que me mandé en un stan callejero, que para darle el primer mordiscón casi se me atora la mandibula en posición cocodrilo bostezando... 'Jamás habría de probar, de nuevo en toda su vida, el coronel Aureliano Buendia algo similar'... Todavía me pregunto porqué no le saqué una foto...





Concluyendo entonces que el adobaje por Bolivia era más que suficiente para afrontar una capital nacional, apuntamos hacia La Paz, con tanta suerte que embocamos el fin de semana de cierre del carnaval. La Paz no solo era una fiesta, sino que era un campo de batalla con caretas y disfraces de colores.
La Paz tiene ese aire de "no se qué"... Se alza imponente sobre sus colinas sin importarle mucho lo escarpado del terreno ni de la dificultad de construcción; del color naranja del ladrillo crudo sin revoque y con su gente en las calles cuales vestimentas aportan el resto de los colores del espectro.




















Bien, primero lo primero. Uno no puede andar asi nomas como inocente paloma por el carnaval boliviano. No señor. Regla número uno: llene usted (con H2O) al menos una docena de bombitas (de buena calidad) y acarreelas en una bolsa plástica, preferentemente de color negra para disimular sus turbias intensiones. Regla número dos: disfracese, no sea boludo; al menos una peluca. Regla número tres: desagase de la piedad, la ética y la moral. A la hora del carnaval no hay amigos, viejos, niños, desvalidos; todo humano es potencialmente peligroso y agresivo. Regla zero: diviertase como un niño, no sea boluuuuuudo!
Retomando el interesantisimo relato, arrancamos el periplo con la inauguración del carnaval de los niños. En la avenida del Prado, la calle más central de La Paz, se desplegaba una jauría de niños y padres (estos últimos vistiendo ponchos impermeables para mejor protección) que en completo y magnífico desorden se atacaban con espumas de rey momo, rifles de agua a presión (nada de esas pistolitas pedorras que usaba yo cuando niño) y bombitas que describían poéticas parabolas refractando la luz solar mientras caian. El escenario era dantesco. Una visión del paraíso para los inmaduros como yo. El resultado final es igual para todos. Empapacion y pegoteamiento por la espuma del rey momo hasta entre los cachetes del culo. Ese fue el final del dia primero, y el Señor vio que era bueno y se regocijó.
El día segundo separó el Señor a los niños de los adultos y aparecieron las comparsas. Ellas se desperdigaron por toda la ciudad y las damas mostraron los cachetes del culo a mansalva al son de las flautitas y los tambores. Y la platea masculina vio que eso era bueno y se regocijaron en su calentura y en su cultura machista. Y con guirnaldas, bombos y platillos ese fue el final del dia segundo.
El dia tercero el mochilero decidió que el pueblito de Coroico era una buena opción para pasar el domingo y hacia allí se encaminó esperando encontrar paz y tranquilidad pero el universo había complotado y el dia final, el carnaval en el pequeño asentamiento de montaña, sería el más violento que jamás haya visto en su miserable vida. La batalla fue un poema a la violencia hídrica. Cada bombazo recibido de lleno o acomodado en algún órgano vital (en carnaval se consideran órganos vitales la cabeza, el pecho, la nuca, la espalda y el culo) es un amigo ganado y se festeja y celebra el golpe juntos y en comunidad. El climax llega cuando las comparsas locales irrumpen en la plaza principal y la mayoría depone las armas para unirse al bailongo. Contentos ambos, el mochilero y el Señor, vieron que el fin de semana estaba hecho y se dispusieron a descansar.




Solo de paso por La Paz, antes de rajar hacia el Titicaca, debía saldar una antigua deuda del primer viaje latinoamericano. Agarré el primer bondi que mi vagancia me permitió, bastante temprano en la mañana (me gusta admitir heroicamente) y gané la ruta a Tiwanaku. Tiwanaku fue la capital de la cultura homonima y el centro de su civilización; una cultura pre incaica que basaba su economía en la agricultura y la ganadería (llamas, guanacos, vicuñas y alpacas) y que se expandió por Bolivia, el sur de Perú, el norte de Argentina y Chile y desde cuyas regiones irradió su influencia tecnológica y religiosa hacia otras civilizaciones contemporáneas.









Finalmente, el último destino boliviano (muy, pero muy muy a mi pesar) fue el magnifico, legendario, bellisimo y lleno de historia Lago Titicaca. El pueblito que se asienta sobre su margen oriental se llama Copacabana y tiene uno de los más hermosos santuarios de peregrinación del continente. Más allá de su ambiente hippie, sus mercaditos de artesanías, sus mochileros vagando por las calles, sus mercados de comidas exquisitas, sus restaurantes de truchas, su mirador, sus barquitos, sus etcéteras; Copacabana es la puerta de embarque a la Isla del Sol, de donde se dice que nacieron los primeros incas. La Isla del Sol es una isla bastante grande, en gran parte aterrazada (terrazas cultivables construidas primero por los tiwanakus y luego heredadas y ampliadas por los incas) en donde no hay vehículos motorizados y en donde la población local se congrega en 3 centros principales a lo largo de un sendero que recorre la isla de norte a sur. La mayoría de sus habitantes son descendientes directos de incas y hablan quechua como primera lengua. La isla en si es casi totalmente autónoma y autosustentable y los campesinos cultivan la tierra del el mismo modo en que los hacían sus antecesores hace siglos; cada año un cutivo distinto (papas, quinua, maiz, mandioca, etc.) durante 5 períodos de traslación planetaria y luego dejan descansar la pachamama por 7 años. Utilizan hierbas medicinales locales y se abastecen de pescado del lago. Vale la pena pasar allí al menos una noche, recomendablemente en la parte sur, porque en la parte norte hay un camping en el que abundan los argentinos que hacen caso omiso a los letreros, pedidos y ruegos de la población local de mantener la paz del lugar y se comportan como unos imbéciles inadaptados. En la misma isla hay ruinas, museos y guarda ruinas que dan una explicación de lo que se ve y de lo que no se ve también (ruinas sumergidas, fantasmas y leyendas). 
Luego de haber cumplido con visitar semejante poesía paisajística me dije contento y feliz que podía dejar Bolivia, que la iba a extrañar, maldita sea y que volvería... 











Epílogo: la comida en Bolivia es tremendamente rica, pero como todo lo rico, la trampa está en la cantidad de grasa usada para su elaboración. Abundan los chicharrones (cualquier cosa frita) y los guisos y lo mejor de todo, el api (bebida a base de maíz) con buñuelos o pasteles de queso (todo frito) para el desayuno. La trucha del lago Titicaca es una patada en la ingle del paladar; y los picantes, especialmente el "locoto" (un aji verde y poderoso como pedo de gordo que comió melón en verano) desafía la integridad de l-ocot-e del que lo consume. Lo mejor es comer en los mercados en donde las viejas te sirven todo recién sacadito de la cacerola y en donde se comparten mesas gigantes que permiten el cotilleo y la charla facil y amena con la persona que esté más a mano. 
El plus de la cultura: jamás nadie nos quiso engañar con un vuelto ni recibir ni siquiera una propina (a veces, cuando uno está terminando de comer su plato, viene la vieja y te enchufa un cucharonazo de guiso extra, como temiendo que uno se quede con hambre) por la buena onda o el buen servicio. Es más, varias veces nos devolvieron el excedente de lo que pagamos.
El transporte de larga distancia es comparable con los buses cama argentinos pero a precios razonables y los hospedajes son de los mejorcitos que hemos visto durante todo el viaje. 
Vaya a Bolivia, disfrute de sus paisajes, de su gastronomía, de su gente, de su cultura, aproveche el cambio, aprenda de este estado plurinacional y principalmente saquese los prejuicios, compre un charango, coma en la calle, baile carnavalitos y apoye la unidad de los pueblos latinoamericanos.

Colorín colorado Bolivia por fin se ha acabado!!!!
Chauuuuuuuu!!!!

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Buscame si sos macho!